lunes, 14 de septiembre de 2009

El largo espejismo / Juan Carlos Pinto Márquez




Tiempo recobrado

Al leer La luz en la pared de Pinto Márquez, me invade la sensación de recuerdo, de algo que ha quedado pendiente y la necesidad de saladar cuentas. El tiempo no podemos concebirlo más que de tres maneras: el que ha pasado, el que se vive y el que está por suceder. Pero hay que resaltar la necesidad imperante del ser humano de tener un pasado, como dijera Mircea Eliade en Lo sagrado y lo profano, es necesario remontarse a un tiempo anterior para buscar el modelo arquetípico que nos defina y nos dé el carácter de realidad. Porque, ¿qué seríamos sin un antecedente? Nada surge de la nada, como dijera Lucrecio en De rerum natura. En este sentido, los cuentos que conforman este libro es la apuesta por las tres versiones de temporalidad dentro de la narración. Poco a poco se va desentrañando la historia de los personajes para hacer manifiesto el pasado del cual parten, para llegar a un momento “actual” de la narración y, de una forma bien estructurada, mostrar los indicios que serán proyectos en el destino de cada uno de los actantes. Esta sensación, de la cual hablaba líneas atrás, quizá sea porque el autor se vale de la elipsis , saltos en el tiempo y una narración pausada para que el lector se adentre en los mundos descritos; así, puede pasearse en las líneas, en cada frase, para unirse a los golpes de Cefeo y saldar cuentas con su destino; también puede congelarse a los muertos, o a la muerte misma, en los daguerrotipos de Gabriel Luna, que se vuelven oráculo de la existencia que ha de cesar; es descubrirse preso de la melancolía, de la necesidad de ser el escritor que nunca debe dejar de escribir su mundo, como Rubén. Entonces, pues, se trata de un libro de tres cuentos, tres historias y su urgencia de ser recordadas en la pluma del escritor, en los ojos del lector y en la reescritura de sí a cada paso.
Me es grato reconocer a Juan Carlos Pinto Márquez como a un escritor que comienza a madurar. Después de algunos años en que él ha dejado de publicar, asisto a una narrativa sólida, que apuesta por dejar bien plantados los indicios para que el lector busque desentrañarlos; cada cuento atrapa por su atmósfera de misterio, en el sentido antiguo del término como algo oculto. Sé de antemano que La luz en la pared no decepcionará al lector.


(Prólogo de Mauricio Moncada para la primer edición,
la que se publicó con el título de La luz en la pared)
La luz en la pared (fragmento)

Mátame los sueños Juventina, ven y dime que mi padre tomó un daguerrotipo de este pueblo, dime que es el mismo que busqué en mis recuerdos cuando llegué, y dime, muchas veces Juventina, que la luz no le pudo arrancar ni una sola imagen a este lugar empeñado en morirse sudando a las personas. Muérdeme la oreja, mastícame la herencia que traigo en las manos, déjame inútil la memoria para ya no eternizar a los viejos del portal, para no pelear contra la muerte, para no perpetuarlos sobre las paredes resquebrajadas. Ve a tu padre Juventina, colgado en el muro de la sala, tragándose su tristeza y su soledad, teniendo que envejecer aún después de haber muerto.
Apriétame con tus muslos Juventina, exprímeme toda la luz que traigo adentro y déjame morir hecho una sombra, porque tú sabes, sí, tú lo sabes Juventina, que la luz tiene la culpa de todo, de que te busque en las tinieblas, de que seamos una malformación luminosa, de que mi herencia sea de una luz que se va opacando con el tiempo. Sí yo sé que lo sabes, Juventina.
No calles, abre la boca Juventina, deja salir todos tus gritos y revive a este pueblo de viento muerto, diles que eres la profeta de los desvelos, diles que te puse en la piel todas las voces del alba, diles, Juventina, que te mordí los senos hasta ahogarme, que recogí a todos los alacranes de la casa y te los puse en el sexo para que me envenenaras de oscuridad. Abre la boca y dale tus oídos a tu madre, grítala y escúchala barrer en el patio, ¿La oyes Juventina? ¿La oyes cavar su tumba con la escoba? ¿La escuchas morirse de puntitas cada noche? ¿Escuchas cómo llora por tu padre mientras la observa mudo y sordo desde la sala? Pero mejor óyeme a mí, Juventina, y mátame todos los sueños.

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